Después de hacer lo posible, y con un muy estrecho presupuesto, parecía que todo estaba perfecto: un gran arco de bombas a la entrada, dos pequeños pero vistosos ramos de flores con rosas blancas, una pequeña mesa con una foto de una pareja muy feliz y un enorme cartel, hecho claramente con crayones y por manitas en proceso de formación, que decía: “Felicidades Abuelitos”.

En el medio de los dos, en ese cuarto de hospital humildemente decorado, estaba Martín, postrado en una cama desde hacía ya 2 semanas, sufriendo por un dolor severo en el pecho y esa sensación tediosa y angustiante de sentirse sin aire. Afortunadamente ya le estaban colocando O2 por un tubito a la nariz que, aunque le fastidiaba un poco, le estaba haciendo sentir mucho mejor.

Afuera estaba la familia de la feliz pareja, se notaba que eran de escasos recursos pero se sentía que lo que no había en fajos de dinero se compensaba con toneladas de amor y cariño, todos muy arreglados y a la espera del gran evento. La enfermera del piso, junto con las auxiliares de enfermería, habían traído gaseosas y papas de paquete para compartir.

Apenas llegó el sacerdote todos se pusieron de pie, y acto seguido fueron entrando todos a la habitación donde estaba Martín, tratando de encontrar el mejor lugar para ver a la pareja cumplir un sueño de hacía 52 años: celebrar su boda.

Después de algunos inconvenientes técnicos, de algunas lágrimas por parte de los asistentes, y un muy emocionado “Acepto” de María, le tocó el turno a Martín, el cual tomando la mano de María, y con la voz más fuerte que pudo, dijo también “Acepto” y agregó, de la forma más pausada y entendible que la dificultad para respirar le permitió: “te amaré por siempre”.

Vino el tradicional brindis, realizado por el doctor que, con voz entrecortada, se dirigió a la pareja deseándoles “toda una vida de alegría”, para luego abrazar a María y a Martin.

Unos días después, Martín se despedía de este mundo, fallecía de un cáncer de pulmón ya muy avanzado como para poder intentar cirugía y demasiado debilitado para querer llevarlo a quimioterapia. Murió al lado de su esposa, juntos tomados de las manos y después de darse un último beso.

Nunca es tarde para ser feliz, nunca es tarde para cumplir un sueño.